La Casa Redonda


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Ahora que sé lo que podré dejar a mis hijos quiero hacer mi testamento: "Hijos míos adorados, os dejo la Casa Redonda. Es algo tan especial, que cada uno de vosotros podrá poseerla entera para sí. Papá y yo la hemos construido en el rincón de la Negra, pero vosotros podréis llevarla donde queráis. Basta un rayo de sol, una brisa de mar, una lejana visión de montes nevados, o tan sólo un recuerdo de mar, de montaña, de sol, para reconstruirla en los lugares más impensados, en los momentos más difíciles, después de cualquier tormenta.
Las paredes están hechas de confianza, sólidas, resistentes, indestructibles. También el resorte que la hace girar hacia los cuatro puntos cardinales está hecho de confianza y tiene garantía perpetua. La arquitectura está compuesta de espacio y armonía. Todo el moblaje es de una comodidad impensada, las poltronas muy blandas tienen acolchado de serenidad, una serenidad muy ligera, de copos como ciertas nubes que apenas pincelan de vellones blancos el cielo azul.
Hay muchos libros en la biblioteca: las obras de arte no escritas de los poetas más célebres, las obras más hermosas, aquellas que han encontrado demasiado pobres las palabras para expresarlas y han quedado en suspenso en el tiempo y sólo el alma las percibo por momentos cuando se sumerge en el infinito. Cada vez que un soplo de eternidad las deshoja, leedlas, su poesía bajará al alma como una luz.
Un paso marca el compás, levísimo, como el latir de un corazón, en la Casa Redonda. Es el paso de Jesús. Detrás de él respira toda la humanidad. No olvidéis a esta humanidad: en el piso superior hemos construído muchos dormitorios para los amigos,, y toda la humanidad es nuestra amiga.
En la Casa Redonda la escoba ríe con el azadón enamorado y una mandolina toca su declaración de amor. La escoba y el azadón pueden transformarse en cien otros utensilios de trabajo, pero si no son alegres y enamorados la guardiana de la Casa Redonda tiene el deber de expulsarlos.
Hemos aceptado a la guardiana después de varios años de probada fidelidad. Es una criatura dulcísima y la hemos nombrada a perpetuidad. Se llama Hermana Pobreza. Es habilísima para fabricar con un simple hilo de voluntad las cosas más inverosímiles en los momentos difíciles. Llamadla siempre hermana y dirigíos siempre a ella cuando sufráis por algo que os parezca inalcanzable. Ella tiene la posibilidad de haceros apreciar como un tesoro lo que poseéis y que por lo inalcanzable hubiéras desechado.
En el jardín de la Casa Redonda florece la alegría y San Francisco baja todas las mañanas del Paraíso para regar las plantitas con rocío del cielo.
En un rincón, un parral de hojas bermejas se enciende bajo el sol. Son los juguetes del alma y tejiendo coronas se siente uno rey.
Hay una ventana siempre abierta en la Casa Redonda. La renuncia está apoyada en el alféizar: todo lo que es propio y reclama su propia libertad vuela por aquella ventana: la renuncia, que por naturaleza es triste, se alegra sin embargo por esos vuelos que conquistan al mundo. No cerréis nunca esa ventana.
Alrededor de la Casa Redonda hay un hilo invisible que tiene todas las posibilidades de extenderse hacia el infinito. Tened siempre un cabo en la mano; por cuanto podáis alejaros en el mundo, por perdidos que os sintáis, él os llevará nuevamente a la Casa Redonda: es el amor.
Esta, hijos, es la maravillosa herencia que os dejo.
En el fondo no es otra cosa que la sala de espera para el más allá. Pero a veces hay mucho que esperar y es prudente conferir a la sala de espera aquellas comodidades que la hacen, no sólo tolerable, sino deliciosa.
Ir hacia allá con los pies fríos, con los miembros duros, con el corazón rencoroso, el espíritu amargado, es la expresión despectiva de quien se ha fastidiado mucho en la espera y no es cosa digna del Huésped que nos recibirá y que nos ha hecho esperar. Antes bien, yo creo que ésta es la culpa más grave de los hombres hacia El y hacia sí mismos.
Se necesita muy poca cosa para vivir en perfecta alegría... ¿No lo veis hijos? Es suficiente una Casa Redonda construida sobre amor, hecha de fe, amasada con nada, henchida de poesía.

Último capítulo del libro La casa Redonda de Adriana Henriquet Stalli

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