Evasión
“¡Que difícil es, a veces, tener confianza en la evidencia de los propios sentidos! Con que mala gana la mente consiente la realidad.”
Amaba la música francesa… Amaba el idioma francés… Quien la mirara allí, sentada tan angelicalmente en aquel café parisino, revolviendo distraídamente un hielo en su copa, quedaba absorto en algunos segundos de contemplación. Su mirada brillante, su media sonrisa, etéreamente angelical, transmitían imágenes de infinita dulzura. !¡Cuánto tiempo anhelaba este momento! Desde muy joven su intelectualidad la llevaba a la Belle Epoque, se imaginaba en los cafés-concerts de Montmartre, bailaba para y charlaba con cada uno de esos nombres que están grabados en la historia. Cada día, en sus viajes imaginarios se transformaba en cada una de las damas de aquel entonces. Actuaba para sí misma y para un séquito de fantasmas que ella tenía calurosamente etiquetados y reconocidos en su minúsculo departamento que cada noche se transformaba en salones parisinos. Verdaderamente era beatificante mirarla… Tan ajena ella, y tan marcante su presencia. ¿Qué pensaba? ¿Qué sentía? Que buena sorpresa se llevarían aquellos que la veían… Dentro de su sensualidad reprimida y solitaria, el sonido del idioma amado y no entendido hacía hervir su sangre. Se sumergia en un mundo indescriptible de pasiones, locuras y desvaríos. Cambiaba trajes y personajes, tacones, perfumes, sombreros y medias seduciendo a cualquiera, siendo una cualquiera. Tan santa y virtuosa… Tan humana y atorranta… Sin haber notado nunca las miradas que provocaba, después de un silencioso éxtasis, se levantaba del descolorido café en cualquier calle de Buenos Aires, se apagaba la magia, y virtuosamente volvía a su masacrada realidad.
Amaba la música francesa… Amaba el idioma francés… Quien la mirara allí, sentada tan angelicalmente en aquel café parisino, revolviendo distraídamente un hielo en su copa, quedaba absorto en algunos segundos de contemplación. Su mirada brillante, su media sonrisa, etéreamente angelical, transmitían imágenes de infinita dulzura. !¡Cuánto tiempo anhelaba este momento! Desde muy joven su intelectualidad la llevaba a la Belle Epoque, se imaginaba en los cafés-concerts de Montmartre, bailaba para y charlaba con cada uno de esos nombres que están grabados en la historia. Cada día, en sus viajes imaginarios se transformaba en cada una de las damas de aquel entonces. Actuaba para sí misma y para un séquito de fantasmas que ella tenía calurosamente etiquetados y reconocidos en su minúsculo departamento que cada noche se transformaba en salones parisinos. Verdaderamente era beatificante mirarla… Tan ajena ella, y tan marcante su presencia. ¿Qué pensaba? ¿Qué sentía? Que buena sorpresa se llevarían aquellos que la veían… Dentro de su sensualidad reprimida y solitaria, el sonido del idioma amado y no entendido hacía hervir su sangre. Se sumergia en un mundo indescriptible de pasiones, locuras y desvaríos. Cambiaba trajes y personajes, tacones, perfumes, sombreros y medias seduciendo a cualquiera, siendo una cualquiera. Tan santa y virtuosa… Tan humana y atorranta… Sin haber notado nunca las miradas que provocaba, después de un silencioso éxtasis, se levantaba del descolorido café en cualquier calle de Buenos Aires, se apagaba la magia, y virtuosamente volvía a su masacrada realidad.
07/01/2018
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